La piedra de hacer sopa

Un cuento Belga para reflexionar sobre el milagro de compartir
En un pequeño pueblo una mujer se llevó una gran sorpresa al ver que había llamado a su puerta un extraño correctamente vestido que le pedía algo de comer.
Lo siento -dijo ella-, pero ahora mismo no tengo nada en casa.
No se preocupe, dijo amablemente el extraño, tengo una piedra de sopa en mi cartera. Si usted me permitiera echarla en una olla de agua hirviendo yo haría la más exquisita sopa del mundo. Consiga un puchero muy grande por favor.
A la mujer le picó la curiosidad, puso el puchero al fuego y fue a contar el secreto de la piedra a sus vecinas. Cuando el agua rompió a hervir, todo el vecindario se había reunido allí para ver a aquel extraño y su piedra de hacer sopa.
El extraño dejó caer la piedra en el agua, luego probó una cuchara con verdadera delectación y exclamó: ¡Deliciosa! Lo único que necesita es unas cuantas patatas.
– ¡¡Yo tengo unas patatas en mi casa!! , gritó una mujer.
Y en pocos minutos estaba de regreso con una gran fuente de patatas peladas que fueron derecho a la sopa. El extraño volvió a probar el brebaje:
¡Excelente! dijo y añadió:
– Si tuviéramos un poco de carne, haríamos un cocido de lo más apetitoso.
Otra de las vecinas salió presurosa y regreso con un pedazo de carne que el extraño tras aceptarlo cortésmente introdujo en el puchero.
Cuando volvió a probar el caldo, puso los ojos en blanco y dijo:
– ¡Ah, qué sabroso! Si tuviéramos unas cuantas verduras, sería perfecto, absolutamente perfecto…
Una de las vecinas fue corriendo hasta su casa y volvió con una cesta llena de judías y zanahorias. Después de introducir las verduras en el puchero, el extraño probó nuevamente el guiso y con tono autoritario dijo: – la sal.
Aquí la tiene, le dijo la dueña de casa. A continuación exclamó: ¡¡Preparad platos para todos!
La gente se apresuró a ir a sus casas en busca de platos.
Algunos regresaron trayendo incluso pan y frutas.
Luego se sentaron todos a disfrutar de la comida, mientras el extraño repartía abundantes raciones de su increíble sopa.
Todos se sentían extrañamente satisfechos y felices compartiendo aquella sopa de la piedra. En medio del alboroto, el extraño se escabulló silenciosamente, dejando tras de sí la milagrosa piedra de hacer sopa, que ellos podrían usar siempre que quisieran hacer una nutritiva y reconfortante sopa…
Yo también podría hacer milagros compartiendo
Con la “piedra de la solidaridad” podría contribuir a compartir algunos de mis bienes materiales e inmateriales
Quizá cuando ayudo puedo ser mero intermediario sin generar dependencia y saber escabullirme en el momento oportuno…