“No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven” (Lc 20, 38)

El mes de Noviembre, en pleno otoño, comienza con la solemnidad de todos los santos y a lo largo del mes hacemos memoria de los difuntos, pero desde nuestra fe cristiana, creemos que Cristo ha muerto y ha resucitado. Hacemos memoria agradecida de los que “nos han prececido con el signo de la fe y duermen ya el sueño de la paz”. Recordamos a quienes nos legaron lo que somos: la vida, la fe, los valores, la historia de amor, que es una parte de la historia de salvación de Dios con los hombres. El amor no puede desaparecer, a Dios no se le mueren sus hijos. El Amor es el que hace eterna su vida en nosotros, el que renueva nuestra esperanza de reencuentro y el que nos adentra en el misterio de la comunión de los santos. Creemos que ellos han llegado ya a la meta y están viviendo con Dios, pero siguen viviendo en comunión con nosotros, del mismo modo que nosotros vivimos en comunión con Dios, pues compartimos la misma fe.
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