“Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y gloriquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt, 5,16)

Los cristianos tenemos tres clásicas prácticas cuaresmales: el ayuno, la oración y la limosna. Pero el Evangelio nos dice que hay que practicarlas de manera secreta, es decir, no para ser admirados por la gente, sino son obras para ser reconocidos por Dios. Esto contrasta con lo que leemos en la cita de cabecera, que nos estimula a que la gente vea nuestras buenas obras. Por lo que tenemos que pensar que hace referencia a otras obras, seguramente a las actitudes de las bienaventuranzas: la sencillez, el perdón, la misericordia, el trabajar por la paz, etc. Estas son obras buenas para dar gloria a Dios, las otras: la oración, el ayuno y la limosna también hay que practicarlas, pero no para ser vistos ni para nuestra vanagloria. La Cuaresma es una buena oportunidad para poner en práctica las bienaventuranzas pero también para profundizar interiormente por medio de la oración, el ayuno y la limosna. De este modo, nos vamos preparando para la Pascua.
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